Nota del Editor: En julio de 1921, hace 100 años este mes, Aimee Semple McPherson celebró una serie de reuniones de avivamiento en Denver. Durante el avivamiento, un servicio especial se organizó especialmente para personas que buscaban sanidad física. Denominado el «Día de la Camilla» ya que se transportaba a las personas en catres, camillas, sillas y camas, el evento atrajo a 12,000 personas. El siguiente artículo, adoptado de la revista “The Bridal Call” de agosto de 1921, es un relato condensado e incluye extractos, también adaptados, de un artículo que apareció después del avivamiento en The Denver Post.
Aunque muchos asistieron a los servicios regulares, siendo transportados en catres y camas, los enfermos y afligidos por toda la ciudad, hogares y hospitales rogaron por una reunión propia. Esta se llevó a cabo en la mañana del domingo de clausura.
A pesar de que la habíamos estado esperando y planeando, fue una sorpresa ver la gran cantidad de camas, decenas y decenas de ellas, colocadas fila tras fila frente a la plataforma. Muchos que yacían en su lecho de muerte todavía no eran salvos. ¡Cómo necesitaban a Cristo! Muchos sabían poco o nada de la verdadera salvación.
Docenas de personas levantaron sus manos para orar al final del mensaje, queriendo expresar que querían que alguien orara con ellos por salvación. No cabe duda de que fue una gran escena, una que nunca se olvidará. De esto leerá más en el siguiente comentario del periódico publicado en The Denver Post.
“A pesar de que la habíamos estado esperando y planeando, fue una sorpresa ver la gran cantidad de camas, decenas y decenas de ellas, colocadas fila tras fila frente a la plataforma”. —Aimee Semple McPherson
Escena de hospital en el auditorio
Por Albert W. Stone, The Denver Post
Estaban esparcidos en forma de abanico frente al gran órgano. Los habían buscado en todos los hospitales de Denver. Decenas de domicilios particulares habían contribuido con sus cuotas. Catres, camillas, sillas regulables y camas estaban alineadas, cada una con un ocupante cuya mirada no se apartaba ni un instante del rostro de la mujer de blanco allá arriba en la plataforma. Por todos lados estaba el público, 12,000 personas, llenando a capacidad el piso principal, los balcones y las galerías.
Palmer Christian estaba sentado ante la inmensa consola, en el foso de la orquesta, con sus dedos en las teclas. Detrás de la silla se alzaba el gran órgano, listo para repicar en armonía. La Sra. McPherson anunció: «Vamos a cantar las canciones que nos pidan».
Cantaron «No me pases de largo, oh gentil salvador». Cuando terminó la canción, los ojos de la Sra. McPherson estaban humedecidos. Ella se inclinó y habló con un obrero a su lado, «Mira a esa chica reportera ahí abajo», dijo en voz baja. «Ella está llorando como una bebé».
Ella lloraba. También lo hacían sus compañeros en la mesa de prensa, 14 de ellos. Un hombre, un veterano periodístico y político, que había cubierto todas las convenciones demócratas y republicanas en Colorado de los últimos 20 años, tocó a otro reportero en el hombro. Le temblaba la mano y tenía los ojos empapados. «Nunca vi nada igual», dijo. «Nunca». Se cantaron canción tras canción, cada una familiar para la mayoría de la audiencia desde la infancia.
La sesión de sanidad fue una de los más impresionantes de los servicios de avivamiento. Fue literalmente un «avivamiento de cuerpos» para mucha gente. Una serie de fotógrafos, con su flash de vista panorámica preparadas, esperaba. Mientras una persona tras otra se levantaba de sus catres y se declaraban curadas, con las manos levantadas y mirando hacia el cielo, el polvo destellaba y la escena quedaba grabada para que otros cientos de miles la vieran.
La evangelista trabajó hasta que su inminente agotamiento resultó evidente para los más cercanos al escenario. Más de 150 personas habían pasado bajo sus manos antes de que hiciera un alto. «Voy a salir a tomar un poco de aire fresco», anunció con una sonrisa más bien lánguida. «Canten algo mientras estoy fuera».
Tras un momento regresó y continuó la labor. Los bomberos de la ciudad llevaron los catres al escenario. Los miembros del Ejército de Salvación entraron al salón y se pusieron a trabajar. Los camilleros trabajaban con el sudor corriéndoles por el rostro. Fuera de las puertas con barricadas, los miles que esperaban estiraban el cuello para intentar ver.
Durante 2 horas y 40 minutos, la Sra. McPherson trabajó. Cuando declaró un receso, todos los pacientes en catre habían sido tratados; pero no se había llegado a los cientos en sillas de ruedas. La larga procesión de sillas, empujadas por los asistentes, comenzó a moverse hacia una de las salidas traseras.
Conclusión
De la revista The Bridal Call
Cuando al final de la tercera semana se tornó imposible orar por más de uno de cada cien que venían para ser sanados, debido a las multitudes apiñadas, se convocó un día especial de ayuno y oración.
Se distribuyeron veinte mil tarjetas de peticiones de oración para igual número de personas en dos servicios. La hora se fijó para el mediodía del sábado, de doce a una. El viernes por la noche la ciudad comenzó su ayuno. Al mediodía, en tiendas, comercios, iglesias y calles, la gente oraba. Delante de las puertas cerradas del auditorio, las multitudes se reunieron durante la hora de oración. Los resultados fueron verdaderamente gloriosos, la reunión de la tarde estuvo llena de testimonios de aquellos que habían sido liberados instantáneamente en esa hora.