Una simple búsqueda en Google de «estado actual de los pastores» nos dice que ustedes son un grupo cansado, solitario, mirando sobre su hombro, esperando que pase algo malo. Por supuesto, no todos los pastores se encuentran en el lugar que revela la investigación reciente, pero creo que las Escrituras exhortan a que, si incluso un pastor está dentro de estos límites, eso ya es demasiado.
¿Sabía que la angustia en realidad tiene el poder de llevarnos hacia una relación más profunda con Jesús, si lo permitimos? Al menos según el apóstol Pablo. Pablo escribió: “El dolor hizo que se arrepintieran y cambiaran su conducta. Fue la clase de tristeza que Dios quiere que su pueblo tenga, de modo que no les hicimos daño de ninguna manera. Pues la clase de tristeza que Dios desea que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación. No hay que lamentarse por esa clase de tristeza; pero la tristeza del mundo, a la cual le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual” (2 Corintios 7:9-10, TLA).
No sé usted, pero yo tiendo a evitar la angustia de casi cualquier tipo (hablaremos de eso en un minuto). Sin embargo, Pablo parece animarnos a ver la angustia dolorosa como una oportunidad para dejar que Jesús entre en algunos de los lugares en los que podemos tratar de mantenerlo alejado.
“En lugar de dejar que mi angustia me llevara a Dios, estaba permitiendo que me alejara de Él. A pesar de que tengo una esposa que es enfermera que me anima y ejemplifica las decisiones saludables, mis elecciones malsanas eran mucho más divertidas y me ayudaban a aliviar mi estrés, ¡o al menos eso parecía”!
Pablo continuó diciendo que cuando permitimos que nuestra angustia nos lleve hacia Jesús, en lugar de alejarnos de Él, en realidad nos volvemos «más vivos, más involucrados, más sensibles, más reverentes, más humanos, más apasionados, más responsables. Visto desde cualquier ángulo, has salido de esto con pureza de corazón» (v. 11, MSG, traducción libre).
¿Recuerda que mencioné mi tendencia a evitar la angustia? Sí, eso quedó muy claro hace unos meses en mi examen físico anual. En los últimos años, mi análisis de sangre A1C (el que mide el azúcar en la sangre y se utiliza para diagnosticar la diabetes) medía regularmente en el rango «prediabético». Esta condición se puede manejar más fácilmente a través de una gestión más sana de la alimentación y el ejercicio.
La diabetes, tanto tipo 1 como tipo 2, corre en mi familia, al igual que la dificultad en el control de peso. Usted pensaría que estos hechos me harían sabio para soportar el reto que se presentaba ante mí para cuidarme mejor y tomar mejores decisiones sobre estos asuntos. En lugar de dejar que mi angustia me llevara a Dios, estaba permitiendo que me alejara de Él. A pesar de que tengo una esposa que es enfermera que me anima y ejemplifica las decisiones saludables, mis elecciones malsanas eran mucho más divertidas y me ayudaban a aliviar mi estrés, ¡o al menos eso parecía!
Cuando me tocó el examen físico de este año, ¿adivine qué? Mi A1C estaba muy por encima del límite normal. Afortunadamente, mi médico es un gran creyente en la capacidad de una persona para cambiar este diagnóstico. Con su apoyo, la ayuda de mi esposa y muchos amigos animándome, estoy en camino para recuperar la salud. Estoy en camino a ser lo que Pablo comunicó en 2 Corintios 7:11: más vivo, presente, sensible, reverente, humano, apasionado y responsable. Espero que estas palabras también le resulten más familiares a usted.
Estoy especialmente agradecido por no haber entrado en el diagnóstico de forma sintomática, y hasta ahora los controles posteriores no han mostrado consecuencias negativas en mi salud. Tengo amigos, otros familiares y varios pastores con los que he trabajado a lo largo de los años a los que no les ha ido tan bien. Lamentablemente, algunos incluso han perdido la vida.
No quiero ir en esa dirección, y estoy seguro de que usted tampoco. Tenemos mucho que lograr juntos por la causa de más líderes creciendo juntos en misión.
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