El Día de la Madre tiene un sabor diferente para mí este año. Mi madre partió al cielo el pasado septiembre, y aunque la extraño, me alegro profundamente por ella. Sufrió por muchos años difíciles con la enfermedad de Alzheimer. Me he encontrado reflexionando más de lo habitual sobre nuestra relación y cómo ella me formó.
Fue una madre maravillosa; no fue perfecta, y yo no fui una hija perfecta. Ser un ser humano imperfecto es algo de lo que ninguno de nosotros puede escapar, y nuestras imperfecciones pueden afectar prácticamente todo lo que emprendamos. Claro que sabemos que, en manos de Dios, nuestras debilidades pueden ser precisamente aquello que nos acerque más a Él.
Mi madre mostraba una férrea determinación en la disciplina, y mi yo más joven se enfurecía y apartaba silenciosamente de sus estrictas expectativas. Mi yo más mayor ha aprendido, a través de la experiencia, que las decisiones que tomamos en la crianza son tan complejas y variadas como las situaciones que las rodean.
Y, a pesar de todos los conflictos que mi madre y yo hayamos atravesado, estos recuerdos se han desvanecido como un recuerdo borroso; son sus actos de misericordia hacia mí los que se han arraigado en mi corazón y mente. Porque si bien mi madre era tenaz en la disciplina, era implacable al expresar su amor.

Esta yuxtaposición de disciplina y misericordia me ha estado resonando en mi corazón durante los últimos meses. Al reflexionar sobre la influencia de mi madre en mi vida, comprendo que su compromiso con la disciplina y los límites me protegió y me preparó para el futuro. Fueron sus actos de misericordia los que me transformaron y me marcaron. Puedo pensar de algunos momentos significativos en los que mis decisiones merecían su ira, pero en cambio, me envolvió en su compasión. Me dio palabras de perdón; me animó a enmendar las cosas y me permitió seguir adelante.
Amigo mío, establezca límites y use la disciplina con sabiduría, pero sea asombroso en su generosa misericordia. Eso será por lo que será recordado.
-Sandy remington
Incluso ahora, puedo sentir físicamente el peso y la libertad de estos momentos. Su ternura me transformó por dentro y reforzó una tierna conexión entre nosotras. Su misericordia me impulsó a ser mejor.
Este es el poder del amor de nuestro Padre: Él nos ama en nuestras imperfecciones y, sin embargo, siempre nos guía hacia la perfección, hacia Él.
Y así, al acercarnos al Día de la Madre y todo lo que conlleva, así es como le pido al Señor que actúe en mi vida. Quizás me permita elevar esta oración también por usted:
“Que seamos protegidos y preparados mediante Su sabia disciplina, pero aún más, que Su abundante gracia nos transforme interiormente. Que no seamos obstaculizados por el peso de nuestras imperfecciones, sino que seamos levantados por Su misericordia. Al recibir activamente Su fuerza y perdón, que los lazos íntimos de nuestras relaciones sean llenos de nueva vida. Y que el puro gozo de esta obra continua del Espíritu Santo nos permita nuevos entendimientos sobre cómo amar a nuestros hijos, liderar nuestras congregaciones, dirigir a nuestros empleados y servir a nuestras comunidades”.
Amigo mío, establezca límites y use la disciplina con sabiduría, pero sea asombroso en su generosa misericordia. Eso será por lo que será recordado.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!” (Efesios 2:4-5, NVI).