La presión del fin de semana de Pascua es real para quienes somos llamados a dirigir la iglesia. Desde los servicios del Viernes Santo hasta las celebraciones del Domingo de Resurrección, el aumento en el número de servicios y la expectativa de una mayor asistencia pueden generarnos una presión autoimpuesta.
Nos aseguramos de que nuestras instalaciones y ministerios de hospitalidad estén listos, equipamos a la gente para invitar a amigos y familiares, y de alguna manera hacemos que las reuniones sean únicas sin caer en la sensación de “cebo y cambio” que podrían tener las personas al regresar la semana siguiente. En otras palabras, no queremos que los recién llegados digan: «¿Qué pasó con la iglesia a la que asistí la semana pasada?».
La Pascua, como festividad, es única y tiene un énfasis especial para nosotros en nuestra planificación y alcance. Pero, la Pascua como verdad para ser proclamada y vivida, es más que un día de festividad.
Por lo tanto, en medio de la preparación esencial de ustedes y sus equipos para el alcance y reunión ministerial, quiero animarlos a que se adentren en la predicación del evangelio en el poder del Espíritu Santo. La Pascua es el corazón de la fe cristiana, el pulso de las Buenas Nuevas de Jesús.
“En medio de la preparación esencial de ustedes y sus equipos para el alcance y reunión ministerial, quiero animarlos a que se adentren en la predicación del evangelio en el poder del Espíritu Santo”.
Randy remington
Nuestra fe descansa exclusivamente en la persona y la obra de Jesús y en las promesas de Su Palabra. Vivimos como personas resucitadas con Cristo a una nueva vida durante todo el año. No extravíe su fe en el momento cultural, en la preparación y en toda la creatividad. Crea que hay poder en el mensaje que predicamos—el poder para cambiar corazones y transformar vidas (Romanos 1:16).
Recuerde que está predicando tanto a los que ya son salvos como a los que aún no lo son. Los «salvos» necesitan que se les recuerde, y los «que aún no lo son» necesitan escuchar las Buenas Nuevas.
El apóstol Pablo ejemplificó este doble propósito:
1. Pablo refrescó a los ya salvos con el recordatorio de las verdades del evangelio que los salvó, lo cual es de primera importancia: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y se levantó al tercer día.
“Ahora, hermanos, quiero recordarles las buenas noticias que les prediqué, las mismas que recibieron y en las cuales se mantienen firmes. Mediante estas buenas noticias son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras” (1 Corintios 15:1-4, NVI).
2. Pablo reforzó la importancia de la predicación porque está arraigada en el poder de la resurrección y, por lo tanto, es la verdad fundamental de la eficacia del evangelio: ver a las personas liberadas de sus pecados y entrar en una nueva vida.
“Y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes … la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados” (1 Corintios 15:14, 17).
Es un gozo para mí orar fervientemente por todos ustedes al culminar el tiempo de reflexión espiritual con la proclamación de la resurrección y la esperanza viva en la que podemos entrar.
Prepárese y planifique, pero mantenga su fe en el poder del Evangelio para cambiar vidas. Ore con fervor y predique con el poder del Espíritu, como uno que está lleno del fuego del Espíritu Santo.