Los obreros misioneros y sus familias se hallan a menudo en condiciones difíciles que son un desafío emocional, mental, físico, financiero, espiritual y de cualquier otra forma que exista.
Déjeme ilustrarlo de esta manera. Una vez corrí un maratón, y cuando ya tenía sed, dolor, agotamiento, cansancio y estaba a punto de rendirme, hubo gente en el camino que repartía agua y toallas frías. A mitad de camino, un amigo vino en bicicleta y me entregó una banana y un Gatorade, y me animó mientras corría. Aún mejor fue ese amigo que saltó de las gradas para correr conmigo durante una milla. Hablamos mientras corríamos (bueno, yo corría tan rápido como él caminaba) y eso llenó mi tanque emocional. Me atrevo a decir que pudiera haberme rendido a no ser por un amigo.
Pídale a Dios que le muestre a quién puede animar. Escríbales una carta o un correo electrónico. Ore por ellos. Llámelos o haga una videollamada, y ore por ellos en persona.
Cualquiera puede ser amigo de un misionero de esa manera. Pídale a Dios que le muestre a quién puede animar. Escríbales una carta o un correo electrónico. Ore por ellos. Llámelos o haga una videollamada, y ore por ellos en persona. Sea un lugar seguro para que le digan cómo se sienten realmente. Solo escúchelos.
Pudiera ofrecer pagarles una consejería en línea. Envíeles un paquete de cuidado o haga una donación a la página de donación del obrero. Organice un evento y recaude dinero para un proyecto de ellos. ¡No sea solo un espectador y vaya a visitarlos! Haga arreglos para pasar algo de tiempo para caminar con ellos mientras corren. ¡Conozco a una pareja que viaja a un país a cuidar niños para que la mamá y el papá puedan tener una cita!
En lo que cuida de obreros, se convierte usted mismo en uno. Cuando usted da a un obrero, le da a Jesús mismo. Como Jesús dijo: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo. 25:40, RVR1960)
