Aimee Semple McPherson

El 1 de enero de 1923, este poderoso templo fue inaugurado. Desde el amanecer, crecientes multitudes habían estado reuniéndose, llenando las calles en toda dirección, esperando que las puertas se abrieran. A las 2:00 p.m., se habían erigido apresuradamente andamios frente al templo y cubiertos con una bandera estadounidense. El culto de dedicación al aire libre se celebró; leímos la historia del antiguo Templo de Jerusalén y, arrodillándonos, repetimos la oración de Salomón.

Se abre una puerta frente al templo. Estamos en la plataforma, mirando hacia el gran mar de rostros levantados. Y ahora ellos están cantando: “Que Todos Alaben el Poder del Nombre de Jesús”.

Otra canción, una oración, y somos bajados al pavimento, donde se nos pone en la mano una llana con algo de mortero; estamos completando la colocación de las piedras dedicatorias.

“Aquí está, oh Señor. Levantamos este templo en brazos de fe y te lo damos a Ti. Apártalo para Tu causa y la predicación de Tu eterno evangelio.

“Que miles de pecadores encuentren en Ti salvación. Que multitudes de enfermos sean hechos plenos. Que los creyentes sean bautizados con el potente poder del Espíritu Santo.

“Que vidas jóvenes consagradas sean entrenadas y consagradas a la predicación de Tu Palabra y que avancen como evangélicos en llamas que trasformen comunidades para el Señor Jesús. Que hombres y mujeres jóvenes consagren sus vidas y sean entrenados para la obra misionera, y entonces salgan a navegar los siete mares, llevando el mensaje a los confines de la tierra”.
La reunión está en curso. Cómo llena el volumen de los cantos el templo. Levantamos nuestros ojos al gran domo de concreto, el más grande domo de concreto sin apoyo en Estados Unidos, si es que no en todo el mundo, nos dicen. Miles de amigos nos rodean.

Oración y breves discursos por otros; una canción; un cuarteto; y estamos sobre nuestros pies, leyendo del Libro de Esdras la historia del regocijado pueblo, cuando fue puesto el cimiento de la casa del Señor.

Entonces estamos hablando desde la llenura de nuestros corazones rebosantes sobre la adoración del Señor. Ha sido la costumbre y anhelo de los corazones creyentes el reunirse juntos para invocar Su nombre.

Comenzando con el primer altar registrado—aquel de Abel, luego el altar de Noé, de Abraham, Isaac y Jacob; hasta los días de Moisés en el desierto y de allí al magnífico templo que construyó Salomón; los fuegos del altar, donde ministró Samuel; hasta los días del Hijo del Hombre cuando reunió a Su pequeña manada a Su alrededor; los sermones del Señor en las sinagogas y los templos; la iglesia establecida por los discípulos del Señor; su ministerio en los templos y sinagogas y de casa en casa, fueron esbozados rápidamente.

Ahora vemos las brasas de un fuego de un altar solitario sobre Moria elevándose hacia el cielo tras una noche de oración, y nuevamente contemplamos la gloria del Templo de Salomón. Luego, igual de rápido, esbozamos la historia de nuestra propia vida. El llamado de Jesús a nuestra propia alma desde aquella granja canadiense para predicar el evangelio del Salvador crucificado y resucitado. Los años de trabajo duro, luchando contra el viento, la lluvia y el clima en tiendas de campaña y campos abiertos; la bendición del Señor siempre presente, el llamado a edificarle una casa en la ciudad de Los Ángeles para la causa del evangelismo y el entrenamiento de obreros.

Por todo el edificio la gente está llorando y alabando al Señor. Cuán bueno ha sido Él. Y ahora estamos haciendo nuestro primer llamado al altar en el nuevo templo. Aunque es el primer servicio, y el de dedicación, sentimos que no debemos dejar pasar la oportunidad sin atenderla.

Y ahora ellos están viniendo, por el pasillo, arremolinados por el pasillo; están viniendo desde los balcones, marchando por las rampas, viniendo de la galería y de cada dirección. La baranda de la comunión es llenada, una y otra vez. Están agolpándose sobre la orquestra con sus instrumentos delante de la plataforma, y llenando el lugar reservado para ellos, y siguen llegando.
Gracias, Oh gracias, querido Jesús, por esta muestra en el primer culto. No somos dignos, pero Tú, Tú eres digno. Que vengan a Ti y sean salvos.


Adaptado de This Is That (Esto es Eso) de Aimee Semple McPherson, copyright 1923. Publicado por la Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular.

Lea la primera parte: La Historia de Angelus Temple: Construyendo el Templo

Lea la tercera parte: La Historia de Angelus Temple: Un Día Común

fundó La Iglesia Cuadrangular en 1923 en Los Ángeles.