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Temprano en mi ministerio, una mujer vino a nuestra iglesia buscando liberación de malos espíritus que estaban atormentándola continuamente.

No teníamos mucha experiencia orando por personas para ser liberadas de malos espíritus, pero lo habíamos visto hacer unas pocas veces y sabíamos que había poder en el nombre de Jesús. Antes de proseguir con oración, le hicimos algunas preguntas sobre su vida; eso fue cuando nos informó que ella era una experta en las artes marciales. Expresó preocupación de que nos dañaría porque los espíritus le provocaban que actuara violentamente. ¿Necesito decir que yo también me preocupé?

Aunque sabíamos que Él que está en nosotros es más grande que él que está en el mundo, proseguimos con precaución a reunir un grupo y entonces comenzamos a orar y a ordenar a los espíritus a que se fueran. Tal como esperábamos, la mujer comenzó a actuar con violencia y, en un momento, se lanzó hacía mi garganta con su boca abierta y de una sola mordida partió en dos una cadena de oro que yo traía puesta. Déjame hacer una pausa para confesar que era mi cadena favorita y sí, me enojé de que ella la había partido en dos con un mordida. Continuamos orando por ella sin ningún avance aparente. Cuando ella se violentaba y gritaba, nosotros alzábamos nuestras voces mas alto, ordenando a los espíritus que se fueran en el nombre de Jesús.

Esta lucha continuó por un buen rato. Cuando tomamos un receso para descansar, escuché al Espíritu Santo susurrarme, «Abrázala.» ¿Qué? Pregunté. ¿Viste lo que ella hizo a mi cadena? ¿Qué piensas que me hará a mi si yo la abrazo? El temor quería apoderarse de mi corazón, pero la voz de Dios continuaba firmemente, «Abrázala.»

Por lo tanto, cuando nos reunimos otra vez a orar, le dije a todos que se apartaran. Caminé hacía ella, le mire a los ojos, extendí mis brazos y, con el amor abrumador de Dios que vino sobre mi, la abracé. Ella inmediatamente chilló el chillido mas fuerte que yo jamás había escuchado y comenzó a llorar profusamente. Mientras ella lloraba en mis brazos, ella fue completamente liberada. El amor de Dios la había puesto en libertad.

Ese día aprendí una lección sobre el poder de Su amor. Hasta que el amor de Dios sujete nuestros corazones e impregne quienes somos y lo que hacemos, somos incapaces de hacer un impacto en las vidas de los demás. Cuando aprendamos a amar como Cristo ama, vamos a ver Su poder fluir a través de nosotros como nunca antes hacía un mundo desesperado por Él.

Puntos de Oración

  • Ore que el Amor de Dios llene nuestros corazones hasta desbordarse.

«Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo» (Tesalonicenses 3:5, RV60).

  • Ore en contra del espíritu de temor, que es directamente lo opuesto del amor.

«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de domino proprio» (2 Timoteo 1:7, RV60).

Por: Juan M. Vallejo es el supervisor del Distrito Hispano del Suroeste de La Iglesia Cuadrangular.

is the national administrative diversity specialist for The Foursquare Church.
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