Mi vecina odiaba a los cristianos—ella tendía políticamente a la izquierda del Presidente Mao. Pero vivía al lado y parecían gustarle nuestras charlas ocasionales. ¿Me echaría de su pórtico si mencionaba mi fe?
A un hombre solo le quedaban unos días de vida. No hacía falta título médico alguno para entender que el SIDA estaba devastando su cuerpo. Sin embargo, su mente seguía aguda. ¿Mi charla sobre la eternidad intrigaría o perturbaría sus momentos finales?
En medio de la selva del Amazonas, una mujer ciega esperaba. Para cuando llegué, ella había escuchado que Jesús estaba sanando. ¿La sanaría a ella?
En Jerusalén, Judea, Samaria—aún los confines de la tierra—la estrategia de Jesús del evangelismo global era magnífica en su precisión, inclusión y simplicidad. Pero solamente era posible con el poder del Espíritu Santo (Hechos 1:8).
Dos mil años más tarde, nada ha cambiado. Nuestra responsabilidad de ser testigos continúa.
Ya sea a la selva del Amazonas (ella fue sanada), cruzando la calle (ella disfrutó nuestras conversaciones sobre la fe) o en su propia Samaria (ese lugar que tememos—él escuchó el evangelio, y confío en que eventualmente creyó), todo lo que se nos pide es ir y dar testimonio de lo que hemos presenciado, confiando y orando que Él hará el resto.
Oración + Reflexión
- Espíritu Santo, dame oídos para oír y ojos para ver lo que el Padre está haciendo hoy en mi Jerusalén.
- Señor, dame poder y compasión para traer el reino a mi propia versión de Samaria.
- Padre, dame tu corazón para cada nación y pueblo, y muéstrame cómo responder en Tu amor.