“Jesús le respondió: ‘Cierto hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, los cuales después de despojarlo y de darle golpes, se fueron, dejándolo medio muerto. …Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó adonde él estaba; y cuando lo vio, tuvo compasión. Acercándose, le vendó sus heridas, derramando aceite y vino sobre ellas; y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y lo cuidó’ ”. (Lucas 10:30-34, NBLA).
Jesús contó esta parábola en respuesta a la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” en Lucas 10. Al hacerlo, Él estaba revelando la indiferencia del hombre hacia el tratamiento cruel o deshumanizante de otros.
Al leer este texto, mi corazón se preocupa al pensar que nosotros—incluyéndome a mí—tal vez no respondamos como lo hizo el Buen Samaritano. Nunca debemos ser tan insensibles como el que hizo la pregunta original, demasiado ocupados o peor aún, deliberadamente ciegos a la situación difícil de aquellos a nuestro alrededor. No podemos voltear la cabeza e irnos sin ser afectados por lo que vemos.
Por ejemplo, en meses recientes, hemos sido testigos de un incremento alarmante de la violencia hacia los asiático-americanos y los isleños del Pacífico en nuestro país, alimentada por el odio, y hasta referencias sesgadas relacionadas al virus del COVID.
No solamente renunciamos a estas acciones que surgen de esta discriminación, prejuicio y temor, sino que también nos comprometemos a pararnos con quienes están sufriendo. Este compromiso involucra solidaridad proactiva. El crear espacio en nuestros corazones y nuestras esferas de influencia para el dolor de otra persona reconoce su humanidad. Esto valida su experiencia y dice: “Estoy contigo”. Aun si nuestra experiencia es diferente a la de ellos—aun cuando no entendamos completamente—podemos estar ahí. Pararse con alguien en su tristeza no se trata de conocimiento de primera mano. Se trata de presencia, estar presente sin dar la espalda.
Comenzamos enfocándonos en la empatía. ¿Por qué es esto tan crucial? Porque de la empatía fluye la compasión, y de la compasión, la bondad. Es la bondad de Dios en nosotros lo que más a menudo se expresa en amor en acción. El Buen Samaritano es un ejemplo perfecto de alguien que convierte la empatía en una acción llena de amor. Él rehúsa quitar su mirada de la crueldad e injusticia. En cambio, cruza la calle del odio racial para abrazar su dolor, vendar sus heridas y usar sus recursos para sanar a su víctima. ¿Haré yo lo mismo? ¿Lo hará usted? Ya tenemos la respuesta. Jesús dijo: “Ve y haz tú lo mismo” (v.37).
Así que lo invito a dar pasos en acción que está llena de amor conmigo hasta ese día en que estas palabras de oración ya no sean necesarias:
Dios, ayúdanos a obedecer el mandato de Jesús, y que podamos continuamente bañar nuestra obediencia en oración. Espíritu Santo, guíanos a descubrir cómo nuestra Familia Cuadrangular puede llegar a ser un reflejo más perfecto de Cristo en un mundo doliente y quebrantado que desea tu justicia. Ayúdanos a escuchar con corazones abiertos a nuestros hermanos y hermanas que sufren. Que aprendamos con ellos cómo mejor resistir a los males del racismo. Nos comprometemos a mantener a Jesús en el centro de nuestra visión de justicia. Señor, que nuestros motivos sean puros, no contaminados por los valores culturales e ideologías políticas del mundo—o aun peor—su odio, violencia e ira.
Con Jesús en el centro, hagamos justicia solamente a partir de la verdad, misericordia y amor.
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